Ares


Ares es el dios griego de la guerra, uno de los doce olímpicos de la mitología griega. Hijo de Zeus y Hera, representaba la violencia, la brutalidad y el caos del combate. A diferencia de otros dioses relacionados con la guerra, como Atenea, que simbolizaba la estrategia y la sabiduría militar, Ares encarnaba la furia irracional, la sangre derramada y la destrucción sin control. Por ello, su figura estaba rodeada de cierto rechazo incluso entre los mismos dioses olímpicos. 

A lo largo de los mitos, Ares aparece como un dios temido por su fuerza y agresividad, pero no siempre respetado. Los griegos lo describían a menudo como impulsivo y poco reflexivo, lo que lo llevaba a sufrir derrotas incluso frente a héroes mortales. Esta contradicción lo convierte en una de las divinidades más complejas del panteón, ya que aunque representaba un aspecto inevitable de la existencia —la guerra—, no encarnaba valores elevados ni virtudes admiradas. 

Ares solía estar acompañado por personificaciones alegóricas que reforzaban su carácter violento: Deimos (el Terror), Fobos (el Miedo) y Enio (la Discordia). Juntos simbolizaban el impacto psicológico y social de la guerra en los pueblos. Estos acompañantes reflejan la manera en que los griegos concebían la guerra no solo como un enfrentamiento físico, sino también como una experiencia cargada de emociones intensas y destructivas. 

En cuanto a su papel en los mitos, Ares tuvo múltiples historias amorosas, siendo la más famosa su relación con Afrodita, la diosa del amor y la belleza. De su unión nacieron varios hijos, entre ellos los ya mencionados Deimos y Fobos. El romance entre Ares y Afrodita es uno de los episodios más recordados, especialmente porque fue descubierto por Hefesto, esposo legítimo de Afrodita, quien atrapó a los amantes con una red mágica, exponiéndolos a la burla de los demás dioses. 

El culto a Ares en la antigua Grecia no fue tan extendido ni prestigioso como el de otros dioses olímpicos, pero existieron lugares donde se le veneraba de manera especial. Esparta es el caso más notable, ya que allí la guerra y la disciplina militar eran el centro de la vida ciudadana. Los espartanos le ofrecían sacrificios antes de las batallas y lo invocaban como protector de su ejército. En otras regiones, su culto estaba asociado a rituales más sangrientos, pues se creía que se complacía con ofrendas de sangre. 

En Atenas, por ejemplo, se construyó el Areópago, una colina dedicada a Ares que servía también como lugar de reuniones judiciales. Aunque su función era principalmente legal y política, el nombre reflejaba el reconocimiento del dios como figura ligada a la violencia y la justicia. Esta mezcla de connotaciones muestra cómo su figura estaba entrelazada con la guerra y el orden social, aunque siempre con un aire de peligro y respeto. 

En cuanto a su representación artística, Ares solía ser mostrado como un guerrero joven, fuerte y de gran belleza, vestido con armadura completa y portando lanza, espada y escudo. A veces aparece con un casco adornado, símbolo de su carácter belicoso. Sin embargo, en contraste con Atenea, sus imágenes rara vez transmitían nobleza o sabiduría: en él predominaban la agresividad y la fuerza física. 

En esculturas y cerámicas griegas, Ares no fue tan popular como otros dioses, precisamente porque su personalidad no inspiraba admiración. No obstante, en el periodo clásico y helenístico se crearon representaciones más idealizadas de él, en las que se exaltaba su belleza corporal como guerrero perfecto. Esta visión más estética lo acerca al modelo de héroe, aunque siempre cargado de su simbolismo bélico.  

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