Cuando la Torre Eiffel casi tuvo rampas para coches


En el post de hoy os venimos a hablar de un proyecto extravagante que nunca vio la luz. ¡Comencemos!

En el París de los años 30, cuando el automóvil se consolidaba como símbolo de progreso y modernidad, surgieron proyectos arquitectónicos que hoy parecen sacados de una novela de ciencia ficción retro. Uno de los más sorprendentes fue la propuesta del ingeniero francés André Basdevant, quien en 1936 imaginó que los coches podrían subir hasta el segundo piso de la Torre Eiffel para acceder directamente a su restaurante.
 
El proyecto consistía en construir dos rampas helicoidales de hormigón, una a cada lado del monumento. Cada rampa daría aproximadamente diez vueltas en espiral, alcanzando una altura de 115 metros. La idea era que los vehículos ascendieran lentamente por una rampa hasta llegar al restaurante, y tras la comida, descendieran por la otra rampa de regreso al suelo.
 
De haberse llevado a cabo, el resultado habría sido un espectáculo insólito: coches circulando en espiral alrededor de la estructura de hierro más emblemática de París, alterando por completo la silueta de la Torre Eiffel.
 
La propuesta de Basdevant no fue un simple delirio individual. En aquella época, las ciudades europeas y norteamericanas vivían un verdadero boom de la cultura del automóvil. Se pensaba en adaptar el espacio urbano a los coches antes que en limitar su uso, y los arquitectos más visionarios (y a veces excéntricos) diseñaban proyectos para “modernizar” incluso los símbolos nacionales.
 
El plan de Basdevant fue presentado con seriedad y llegó a considerarse, aunque nunca pasó de ser un proyecto sobre papel.
 
¿Por qué no se construyó?
 
Las razones del abandono fueron múltiples:
 
Dificultades técnicas: construir dos rampas helicoidales de más de 100 metros de altura en torno a una estructura tan delicada habría sido un reto enorme.
 
Impacto estético: las rampas habrían desfigurado la silueta de la Torre Eiffel, que para entonces ya era un símbolo parisino reconocido en todo el mundo.
 
Impracticabilidad: la experiencia de conducir en espiral hasta 115 metros resultaba más mareante que atractiva.
 
Costos: el proyecto habría requerido una inversión colosal en plena época de crisis económica.
 
Hoy, este episodio suele citarse como un ejemplo de cómo la fascinación por el automóvil llevó a imaginar transformaciones radicales en las ciudades. En retrospectiva, muchos coinciden en que fue “un proyecto felizmente abandonado”, pues de haberse construido, la Torre Eiffel habría perdido gran parte de su identidad.
 
Aún así, la historia recuerda que incluso los monumentos más intocables han estado en algún momento en riesgo de ser transformados por la modernidad, el ingenio y, en ocasiones, la desmesura de sus ingenieros.
 
¿Habíais oído sobre esto? ¿Qué os ha parecido? ¡Os leemos en los comentarios!

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