Los Anclados del Santuario: Altares de Guerra y Martirio


En el post de hoy os venimos a hablar de una unidad del universo del Trench Crusade. ¡Comencemos!

Los Anclados del Santuario son imponentes máquinas de guerra, colosos metálicos de entre doce y quince pies de altura. Representan altares vivientes de combate, prácticamente inmunes a cualquier daño, y funcionan con motores diésel que emiten humo como si fueran ofrendas al cielo. Su presencia se anuncia con trompetas resonantes que recitan oraciones, transformando el campo de batalla en un escenario de fervor religioso.

En su interior, los Anclados son cámaras de sufrimiento perpetuo, cubiertas de púas y alambres de espino que mantienen al monje o monja piloto en constante agonía. Este tormento es visto como un acto de fe, un medio para emular el sufrimiento de su Señor y fortalecer su devoción en combate.

El exterior de estas máquinas está ricamente decorado con iconos, reliquias sagradas y pergaminos de oraciones devocionales, personalizados según las tradiciones de la secta de los Peregrinos que los custodian. Cada Anclado es a la vez un motor de guerra temible y un santuario itinerante que inspira a los fieles.

Los primeros Anclados se construyeron en la fortaleza-monasterio de Velehrad, en la Gran Moravia, bajo la dirección de San Metodio. Se erigieron cientos de estas máquinas de guerra, pero el conocimiento para fabricarlas se perdió con la destrucción del monasterio a manos de las fuerzas del demonio Marchosias. Aunque los avances de la Fundición de Ingeniería de Nueva Antioquía produjeron armaduras mecánicas más pequeñas y maniobrables basadas en su diseño, los Peregrinos se aferran a los Anclados, que simbolizan tanto su fuerza militar como su devoción espiritual.

Los pilotos, una vez instalados, no abandonan su Anclado hasta el día de su muerte. Sus restos, una vez recuperados tras su caída en batalla, se convierten en reliquias sagradas que adornan la propia máquina, convirtiéndola en un testimonio vivo de su sacrificio y legado.

En combate, los Anclados empuñan una gran rueda de Catalina de adamantino y una maza conocida como Rompehuesos, instrumentos diseñados para desatar la ira divina sobre sus enemigos.

Una práctica común entre los Peregrinos de Trinchera y las Monjas Estigmáticas es ofrecerse como mártires antes de la batalla. Aquellos elegidos son rotos en la rueda del Anclado como acto de expiación, en la creencia de que su sacrificio confiere protección espiritual a la máquina y asegura el favor divino. Aunque la Iglesia desaprueba esta tradición, los Peregrinos acuden en masa para buscar el honor de morir por la causa.

El Anclado del Santuario descrito aquí pertenece a la Cabalgata de la Décima Plaga, una Procesión de Peregrinos conocida por sus rituales únicos. Antes de cada enfrentamiento, sacrifican corderos y se ungen con su sangre como signo de humildad y súplica, buscando la misericordia divina mientras marchan a la guerra.

¿Lo conocíais? ¡Os leemos en los comentarios!

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