El Muro de Hierro Invencible de Dhu al-Qarnayn


En el post de hoy os venimos a hablar de la gran ciudad del sultanato del muro de hierro, dentro del universo del wargamming "Trench Crusade". ¡Comencemos!

Dijeron: “¡Oh, Dhu al-Qarnayn! En verdad, Gog y Magog están corrompiendo la tierra. ¿Podemos ofrecerte tributo para que establezcas una barrera entre nosotros y ellos?”

Él respondió: “Lo que mi Señor me ha concedido es mejor que vuestro tributo. Ayudadme con vuestra fuerza y erigiré una defensa entre vosotros y ellos.

“Traedme piezas de hierro” – hasta que igualó la brecha entre los acantilados. Entonces dijo: “¡Soplad!” – hasta que convirtió el hierro en fuego. Luego ordenó: “Traed cobre fundido para verterlo sobre él”.

“Y Gog y Magog no pudieron escalarlo ni perforarlo.”

Dijo: “Esto es una misericordia de mi Señor; pero cuando llegue la promesa de mi Señor, lo reducirá a polvo, pues la promesa de mi Señor es verdadera.”

— Sura Al-Kahf

Anclado por las montañas Tauro al norte y las montañas Zagros al este, los dos cuernos de la luna creciente, el Muro de Hierro Invencible de Dhu al-Qarnayn es tanto el símbolo del Sultanato como la razón misma de su existencia. Más allá de él se extiende el último y más grande reino de los Creyentes. Superando con creces a todas las demás Maravillas del Mundo conocidas, nadie que haya contemplado el Muro de Hierro puede olvidarlo jamás. A pesar de siglos de bombardeos por parte de la artillería hereje, su superficie sigue intacta, resplandeciendo como una recién fundida plancha de acero bajo el sol de la mañana; y por la noche, las innumerables gemas incrustadas en su estructura se iluminan en un espectáculo de color y arte. Ni el Muro ni sus puertas han sido jamás derribados, y aunque algunos enemigos han logrado cruzarlo para sembrar el terror en el corazón del Sultanato, siempre han sido rechazados.

El Muro permanece cálido al tacto, pues en su interior aún circula magma ardiente. En las raras ocasiones en que un arma infernal ha conseguido resquebrajar su superficie, el metal fundido ha aniquilado de inmediato a los invasores antes de enfriarse y solidificarse, restaurando la estructura.

A intervalos regulares se alzan torres y baluartes construidos por sultanes de antaño y del presente, diseñados para apoyar la artillería de largo alcance de la Escuela Imperial de Ingeniería Militar. Estas majestuosas torres no solo sirven como puestos de vigilancia, sino también como minaretes desde los cuales se llama a la oración cinco veces al día. Sin embargo, a diferencia del Muro de Hierro, estas estructuras son vulnerables a la artillería hereje y a los bombardeos, requiriendo reparaciones constantes.

Cuatro Grandes Puertas (además de muchas menores) se alinean con los puntos cardinales. Cada una alberga una gran guarnición comandada por un sanjaq-bey (“Señor del Estandarte”), encargado de la seguridad y protección de las rutas comerciales. A pesar de su formidable construcción, los Pashas del Sultán saben que la caída de una de estas puertas pondría en grave peligro al Sultanato. Por ello, además de los jenízaros y un ejército de azebs y zapadores, cada entrada está protegida por dos criaturas takwin de proporciones colosales: bestias aladas con ojos más agudos que los de cualquier halcón y garras capaces de partir en dos un tanque hereje de un solo zarpazo. Su forma honra al legendario buraq que una vez llevó al Profeta.

No solo protegen las puertas con su fuerza, sino también con su ingenio. Dotados de una gran inteligencia, los buraq takwin ponen a prueba a los viajeros con preguntas y acertijos de profunda sabiduría, desenmascarando infiltrados herejes y filtrando a quienes podrían causar daño a los Creyentes. Sin embargo, al ser conscientes de su naturaleza artificial, sufren el tormento de su existencia, sabiendo que fueron creados por el hombre y no por Dios, y que por ello jamás podrán alcanzar la salvación. Se dice que son creados en pares no solo por su poder, sino para encontrar consuelo en el otro mediante profundas discusiones filosóficas y refinada poesía, mitigando así su angustia existencial. Cuando no hay viajeros en el paso, sus voces resuenan en el muro mientras debaten sobre los noventa y nueve nombres de Alá, la naturaleza del amor o las batallas en las que han luchado durante su prolongada existencia.

La creación y mantenimiento de una sola de estas bestias consume la renta anual de un nāḥiyah entero y requiere el esfuerzo de los mejores alquimistas de la Casa de la Sabiduría durante más de siete años. Sin embargo, el Sultán paga gustoso este precio por la protección de su pueblo.

Las bendiciones del Muro de Hierro no se limitan a la defensa física contra las fuerzas de Shaytán. Los eruditos de la Casa de la Sabiduría han trabajado durante décadas en la creación de dispositivos que regulan las precipitaciones dentro del Sultanato y hacen que su espacio aéreo sea casi impenetrable para los bombarderos y aviones de reconocimiento herejes. En las alturas, ingeniosos mecanismos capturan los vientos y tormentas, utilizándolos para proteger los cielos de la nación. Aquí, donde los elementos se conjugan con la fe y la ciencia, la gloria del Sultanato se mantiene firme contra las amenazas del mundo.

¿Qué os ha parecido? ¡Os leemos en los comentarios!

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